Pérgamo fue una de las ciudades más importantes de la Anatigüedad, situada en la actual Turquía. Cerca del año 235 a.C. el rey Atalo I hizo allí una famosa biblioteca (200.000 volúmenes escritos a mano), la más grande después de la Biblioteca de Alejandría, en Egipto.
Era tan impresionante que Marco Antonio más tarde la envió a su amante, la reina Cleopatra de Egipto.
La biblioteca en Pérgamo durante el reinado de Eumenes II fue dirigida por el filósofo Crates de Mallos. Fue en este tiempo cuando el monarca egipcio Ptolomeo Epifanes puso un embargo a la exportación de papiro.
Así pues, por necesidad, los de Pérgamo desarrollaron pergaminos, hechos con pieles de animales tratadas, para usarlos como material de escritura. Era el pergamino un material más barato y resistente que el papiro, y tenía la ventaja de que se podía escribir en él por las dos caras de la piel. Sin embargo, no fue adoptado fácilmente en el comercio del libro.
La realidad es que el pergamino, el tratamiento de las pieles de animales para la escritura, se conocía al menos desde el siglo III a.C., aunque sí es históricamente cierto que se empezó a popularizar en la ciudad de Pérgamo y en el reinado de Eumenes II.
En todo caso, el pergamino solo fue una forma transitoria en el desarrollo del libro, por pesado e incómodo. De aquí que se pasara a la forma del códice, en hojas aparte, de donde proviene el libro moderno.