Nuestra sociedad está marcada por la competitividad en todos los sectores del consumo. Hay en el mercado muchos productos y marcas, de forma que podemos comparar esos productos unos con otros para determinar y decidir cuál va a ser el que mejor responderá a la satisfacción de nuestras necesidades.
Cuando tenemos un libro en nuestras manos juzgamos, opinamos y, finalmente, emitimos nuestra valoración sobre dicho libro en comparación con otros libros que existen en el mercado y también comparándolo con el libro ideal que esperamos encontrar en el que tenemos en la mano. Esta valoración, objetiva y subjetiva al mismo tiempo, tiene dos apreciaciones principales: una, respecto a la idoneidad de haberlo publicado, y la otra, respecto al cuidado con el que está editado y a los materiales que lo componen.
Así pues, como lectores, esperamos un libro de calidad -conjunto de características de un producto, proceso o servicio, apto para satisfacer las necesidades de los clientes- y que se avenga con la función del libro, con su contenido y con su precio y responda a nuestras necesidades. Los productos editoriales deben, pues, buscar la calidad total que se da cuando lo que está previsto en el proyecto se cumple rigurosamente en el producto, y además, es lo que realmente espera el mercado.
Es el lector quien otorga la calidad. Para alcanzar la calidad editorial las editoriales deben valorar y evaluar objetivamente sus productos con ojos de lector y con ojos de técnicos y especialistas en hacer libros, en definitiva, con ojos de editor.