El comercio del libro es tan antiguo como el propio libro. Cuanto más floreciente es la literatura de un pueblo, más se ensancha el círculo de sus escritores y lectores, y menos directo es el contacto entre el creador de la obra y el que la recibe. En vez del auditorio aparece el lector y en lugar de las copias domésticas surgen las reproducciones comerciales, en suma, el verdadero libro. Aparece la figura del librero como intermediario. El librero comenzó siendo al mismo tiempo manufacturero, editor y vendedor al menudeo. El desarrollo de la literatura y su tráfico determinan la división de labores, separando al editor (que en la Antigüedad era también productor material, abuelo del impresor), y al vendedor, que compraba a los editores y revendía a los lectores.