El afán por conseguir un libro hace que personas de lo más respetables se olviden por completo tanto de su dignidad como del Código Penal. Para ilustrar dicha afirmación os cuento una anédocta que dice que, a mediados del siglo XIX, hubo en Barcelona un bibliófilo (tornado ya en bibliómano) llamado D. Vicente, a quien en una subasta o venta otro bibliófilo le disputó un libro reputado como único, quedándose sin él. Ni corto ni perezoso D. Vicente asesinó a su rival para quedarse con el libro. Una vez preso confesó que por los mismos motivos había matado a un poeta, a un clérigo, a un alemán y a nueve hombres más. La pena de D. Vicente, expresada de este modo al ser condenado a muerte, no era que lo ahorcasen, sino saber que en París había aparecido otro ejemplar del mismo libro. No pedía que lo indultasen, sino que no se deshiciese su biblioteca.
La bibliomanía es un trastorno obsesivo compulsivo cuyo objeto son los libros. Es la bibliofilia llevada a extremos de enfermedad. Esta obsesión por coleccionar libros supera al propio individuo y lo hace esclavo de ellos. En algún momento también el bibliómano fue bibliófilo, hasta que la atracción por los libros lo desbordó completamente y se convirtió en patología.
A lo largo de la historia ha habido casos de personas capaces de cualquier cosa por un libro. Sir Thomas Phillipps es un caso llamativo, un obseso coleccionista de libros y manuscritos, cuya manía le llevó a la ruina económica y a la desintegración familiar. A pesar de vivir en una gran mansión, se quedó sin espacio para albergar las pilas de ejemplares que llegaban a diario. Su familia se vio obligada a habitar un pequeño espacio, caminando entre cajas atestadas con los preciados libros de Sir Thomas. Dada la magnitud física de su biblioteca es imposible que Sir Thomas hubiera tenido tiempo para examinar con cierto detalle gran parte de los documentos que la formaban. Este comprador compulsivo se creía un benefactor, totalmente convencido de que su acopio desmesurado impedía que muchas obras señeras fueran destruídas. Deseaba tener una copia de cada libro que se hubiese escrito. Quiso controlar su enorme colección incluso después de muerto. Para ello accedió a trasladarla a la Biblioteca Británica bajo ciertas condiciones, tan descabelladas como su estado mental. Sir Thomas quería que solamente unas cuantas personas pudieran acceder a su colección, excluyendo de este reducido grupo a las personas de religión católica y a su hija y yerno.
No obstante, puestos a sufrir de alguna patología, si me dieran a escoger entre el amplio abanico de las muchas que existen, yo escogería ésta, la bibliomanía, sin la menor duda.
Rocío Martínez Bocero
Directora-Coordinadora de Biblioposiciones.com