De sobra conocemos esta frase, repetida hasta la saciedad por los docentes de todo el mundo, pero poca gente sabe que fue John Cotton Dana, bibliotecario norteamericano, además de director de museo, quien la dijo por primera vez. En las fotos que tenemos de él Dana aparece como un caballero de aspecto distinguido, alto y delgado, con una sonrisa medio oculta detrás de su poblado bigote. Aún hoy, la visión y los logros de este eminente profesional siguen ejerciendo una gran influencia en el mundo de las bibliotecas. Por eso se merece unas líneas en Biblioposiciones, porque fue un personaje muy activo y emprendedor en el ámbito que nos compete.

Aceptó su primer puesto como director de la Biblioteca Pública de Denver en 1889, época en la cual las bibliotecas aún se reservaban para un segmento pequeño de la población, por lo general suscriptores, y los bibliotecarios eran guardianes de sus fondos. Durante los nueve años que pasó allí Dana dió dos grandes pasos para acercar las bibliotecas y sus servicios al público. El primero fue instalar el sistema de libre acceso (las estanterías abiertas), gracias al cual los usuarios podían mirar y buscar los libros que deseaban por su cuenta, sin ayuda del personal. Además, en una sala aparte, dispuso la colección infantil. Estos dos servicios, que a nosotros nos parecen tan comunes hoy en día en cualquier biblioteca, fueron auténticas novedades en aquel momento y Dana fue uno de los primeros directores de biblioteca de los Estados Unidos en implantarlas.
Regresó al este a trabajar durante cuatro años en la Biblioteca de Springfield, Massachusetts, donde acumuló experiencia en la gestión y reorganización de museos, y en 1902 se fue a Newark, donde siguió trabajando hasta su muerte en 1929. A su llegada a Newark Dana vio que era un rico centro industrial con gran cantidad de inmigrantes. La Biblioteca Pública llevaba catorce años funcionando y acababan de mover los fondos a un nuevo edificio de estilo renacentista francés. Había varias instituciones de enseñanza superior y colegios que ofrecían programas de educación para adultos. Es decir, la ciudad de Newark tenía el ambiente perfecto para implantar y desarrollar las ideas de Dana sobre biblioteconomía, de modo que la biblioteca ocupase un lugar importante en la vida diaria de sus ciudadanos y poder fomentar entre ellos el hábito de la lectura.

Dana logró llegar a los inmigrantes mediante la adquisición de materiales en idiomas extranjeros, a los cuales dio publicidad en los periódicos locales. Los lectores más jóvenes visitaban la sala infantil de la biblioteca o tenían acceso a una pequeña selección de libros de la biblioteca en sus clases.
Además de la biblioteconomía, la influencia de Dana se extendió también a los museos. A su llegada convirtió la planta cuarta de la biblioteca en un espacio para exposiciones. Llegó a acuerdos con los ciudadanos más poderosos de Newark para que le prestasen obras de arte de sus colecciones privadas y poderlas mostrar al público en la biblioteca.
Uno de sus biógrafos dijo de él que Dana habría encontrado el plan de estudios de una escuela de biblioteconomía insoportable y que, sin duda alguna, una escuela de biblioteconomía lo habría encontrado a él insoportable.

Rocío Martínez Bocero
Directora-Coordinadora
Biblioposiciones.com

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